miércoles, abril 06, 2016

9 de abril del 2016 NO a la Guerra-NO a la violencia. Si a la Vida






©1996-2016-Carlos Echeverry Ramírez (Colombia)
Primera edición año 1996 Toronto-Canadá
La banderita tricolor -- Fragmento de: El último Viaje
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Ginebra, Nov. 18, 1996
Recordado Cato,
Recibimos tu postal. Nos llenó de risa y alegría, nos trajiste recuerdos maravillosos del día llamado ya, Fiesta de los Inocentes.
Esperamos que estés bien de salud, que tu dolor en la espalda, causado por el golpe con el fusil en la estación del tren, haya desaparecido sin rencor alguno contra el hombre que lo causó.
Te escribo primero que todo para desearte una próxima ¡Feliz Navidad! en unión de tu esposa; también queremos mi esposa y yo que la ilusión de vuestro primer hijo se haga pronto una realidad.
Nosotros tres estamos bien, ya terminó mi trabajo en la prisión, pero continúo trabajando en mi tesis; mi esposa tiene un trabajo de medio tiempo, ella enseña francés a los pocos exiliados políticos que acepta este país.
Nuestro hijo, Daniel, hasta el presente no presenta problemas de ninguna índole en su desarrollo, esto nos llena de alegría y tranquilidad.
Te escribo porque considero un deber moral comunicarte los hechos que recientemente conmocionaron a la sociedad Suiza y que a mí, en lo particular, me perturbaron. Hace unas semanas solamente, fue encontrado al lado de un contenedor donde se deposita la basura de los edificios, el cadáver de un hombre.
Este muerto, como todos los anteriores cristianos, que van a la vida eterna, era un caso más, un hecho normal y esperado en la rutina de esta ciudad, hasta el momento en que entró en el fúnebre anfiteatro municipal. Su cara y cuerpo, huellas dactilares y palma del pie, mostraron identificación exacta a la de los archivos municipales. El Doctor Fontanelle, director del anfiteatro y del equipo médico, que hace las autopsias dijo en rueda de prensa, el nombre y apellido de este cadáver: Ives Du bois.
Para la gran sorpresa de todos, este muerto tenía en su cara, una expresión extremadamente ingenua que reflejaba una profunda paz. Su rostro y últimos rictus mortales no decían mayor cosa de sus finales momentos.
Los estudiantes de la universidad, incluyéndome a mí,  para la práctica de la materia forense de antropología, y antes de practicar la autopsia correspondiente, veíamos este cuerpo ya dormido en la paz eterna con una curiosidad creciente al notar que tenía la particularidad de no parecer muerto, sino un cristiano arrepentido en estado cataléptico. Después de larga búsqueda, encontramos un espejo pequeño y lo colocamos milimétricamente sobre sus amplias fosas nasales para estar seguros de que no respiraba.
Al mismo tiempo y ahora un poco más tranquilos, los otros galenos presentes y estudiantes en práctica, después de discutir y especular sobre la apariencia del acostado allí cubierto con un sudario blanco, llegaron a la gran y definitiva conclusión, de que este muerto parecía más bien que estuviera haciendo una larga siesta, aquel dichoso y largo sueño, que todos ustedes los latinoamericanos hacen en las hamacas por varias y largas horas en la tarde, después del mediodía.
Lo más interesante de este suceso que alteró totalmente y en forma dramática la paz de esta pequeña ciudad de Ginebra fue la frescura de su cuerpo; pudimos pensar todos los presentes, junto con el inspector J. Genet, que este cristiano no quería ser molestado o despertado de su siesta eterna.
Estábamos nosotros en la sala presenciando todo esto como testigos oculares de la autopsia. Veíamos cómo el bisturí se deslizaba por el pecho y abdomen para sacar sus vísceras. De esta forma vimos sacar cuidadosamente el estómago; intrigados los seres en este recinto observamos cómo este órgano estaba lleno a reventar de un líquido obscuro. Al abrirlo con el bisturí, para sacar este elemento y hacer un examen químico, de él salió inmediatamente, el penetrante aroma a "Café de la Colombie", que envolvió el amplio anfiteatro, oficinas, casa vecinas y los barrios contiguos, causando con su agradable aroma un placentero bienestar en sus ciudadanos.
Muy raro. Algo sorprendente. Yo que por rutina estoy acostumbrado a estas cosas, es la primera vez que presenciaba este extraño fenómeno. Minutos después del examen en el laboratorio supimos que este hombre, ahora cadáver, se había envenenado con el elemento químico para exterminar las ratas, aquél que venden en cualquier supermercado o en la tienda más humilde de cualquier rincón de la tierra.
Este cadáver con una inverosímil cara de inocente fue el hombre Bestia y  bruto,  que en la estación del tren, en acto irracional, descargó el fusil en tus espaldas, delante de centenares de personas y niños presenciando este penoso e inaceptable hecho.
Las autoridades y sus gentes tomaron esta muerte como un suicidio. La ciudad entró en conmoción al conocer este episodio dramático y volvieron los rumores sobre lo que pasó en la estación y el tribunal.
Al entierro, fuera de su esposa y su pequeño hijo de siete años, sólo asistieron sus padres y por fuerza mayor algunos funcionarios del gobierno. Las gentes conmovidas y asustadas, poco a poco volvieron a sus rutinas habituales, la nieve se aproximaba, lo mismo el esperado Papá Noél.
No había pasado mucho tiempo cuando, otra vez, en el apartamento de un edificio y ante un miedo total y sorpresivo en las gentes por esta visita simbólica de la muerte en nuestra apacible ciudad, las autoridades encontraron el cadáver de una mujer.
Cato, esto nos parecía imposible de aceptar. ¿Qué destino fatal venía a nosotros?

Ese día, las mujeres de Suiza, las mujeres europeas, hispanoamericanas y  norteamericanas utilizando los medios del Internet para comunicarse tomaron esta nueva muerte como un símbolo, como un hecho de protesta contra la violencia que existe en el mundo en todas sus formas, a través de la historia y en lo que finalmente se convirtió el hombre moderno, aquél que sólo vive con el único objetivo en su vida de conseguir el dinero, no importándole que tipo de acción o trabajo mezquino ejecute para lograrlo.
Cato, excusa mi carta, pero debo escribirte y contarte todo. Es muy importante que conozcas la verdad. ¡Sólo la verdad!
Esta mujer de Ginebra que murió y mujer habitante de todo el Universo; cansada de parir la vida, de sentir sus cambios fisiológicos, de alimentarla durante nueve meses para luego ver, a través del tiempo que ese ser que ella creó con tanto amor, amor único, amor imposible de conocer por el hombre, al pasar los años y en condiciones a veces infrahumanas de subsistencia, alimentando con su teta, con su cuerpo, con su vida, para ver casi siempre al final de su muerte y del segundo milenio, que el ser que creó y que cargó dentro de su cuerpo es hoy un monstruo, un verdadero... ASESINO,
ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO,ASESINO
Dicen que eran las últimas palabras de la mujer que se suicidó, cuando perdida y con su  dolor a cuestas caminaba en las noches obscuras llevando de la mano desconsolada a su pequeño hijo por las calles de Ginebra.
Esa mujer era la esposa del hombre que te golpeó con un fusil en la estación del tren cuando arrodillado con tus manos en alto pedías clemencia.

ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO.
Eran sus últimas palabras, fue todo lo que los habitantes de Ginebra y sus vecinos la escuchaban decir cuando en llanto y la sola compañía de su hijo único, tomó la determinación de envenenarse igual que su esposo.
ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO.
Que mata sin piedad a sus congéneres, con crueldad no conocida en fiera alguna; que los asesina lentamente y con premeditación, diseñando en reuniones secretas donde sólo entran los hombres, algunas veces con uniformes y otras en trajes de civil sistemas económicos que no permiten a los otros hombres y mujeres desarrollarse integralmente como seres humanos, siendo condenados a vivir perpetuamente en una cruel esclavitud salvaje, sin jamás poder aspirar a llevar una vida digna de un verdadero ser.
ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO...
Eran sus últimas palabras cuando caminaba llorando, perdida con su pequeño niño; ASESINO que sin compasión alguna mata rápidamente a los otros hombres, mujeres y niños por medios de las asesinas bombas, como en Hiroshima y Nagasaki y, hoy en día, con sus productos químicos y experimentales de virus, bacterias y microbios en las guerras ya conocidas por nosotros en Vietnam, Iraq, Irán, África y Latinoamérica…
Ser cansado, mujer extenuada consciente del paso del tiempo en su cuerpo, con sus horas, días, meses y últimos segundos para crear la vida; mujer extenuada que mira con angustia y sin voz, y ve llegar el final del siglo y el milenio, con sus hijos convertidos en bestias irracionales y en el ser más cruel y asesino que se tenga conocimiento en la historia de la humanidad y el Universo. Historia escrita y narrada con orgullo y alegría en muchos países del norte.
Cato, espero y quiero que entiendas y analices punto por punto mi carta, sé que es un poco dura. Tengo, hoy en día, que aceptar y reconocer que tenías toda la razón cuando en nuestros diálogos en la celda, cuando estuviste preso en Ginebra, hablaste tú de la necesidad urgente y radical de que la mujer tome, ya y desesperadamente, más control directo sobre los elementos químicos como el Uranio y Plutonio; con que se construyen las bombas atómicas y con los cuales el hombre bruto, en la dirección que va, terminará por completo todo vestigio de vida en el triste planeta llamado Tierra.
Es hora que tú, yo, nosotros, pensemos y analicemos la muerte de esta mujer suiza que ha levantado y formado una toma de consciencia en el mundo.
Ella lo dijo, lo expresó con su muerte: El hombre bruto va a destruir completamente la vida y el Universo,
¡Es ahora!, te repito sin pena alguna y te lo digo con todo mi cariño, respeto y admiración. Sin perder un instante. ¡Hagámoslo!
Cato: tú, yo, nosotros, ¡todos! Seamos conscientes de que se necesita un cambio radical, que la mujer tiene y debe tomar más control de todos los elementos que el hombre bestia sólo utiliza para destruir y acabar con la vida de otros hombres, mujeres, niños y pueblos inocentes, con la única y atroz razón de acumular más dinero y oro. ¡Qué avaricia! ¡Dios Mío!, es algo incomprensible, imposible de aceptar al fin del milenio.
Tú bien sabes y comprendes lo anterior mejor que yo. Tú me abriste los ojos cuando estabas en la cárcel de mi país; me abriste el camino para pensar estas cosas.
No olvidaré jamás tu idealismo, tus sueños y tus ideas; pienso a veces que fui afortunado de conocer un hombre como tú. No sabía, quizás por falta de información, que en América Latina hubiera hombres que están más avanzados que nosotros ideológica y moralmente. ¡Con todo el progreso y con todo el dinero que nos rodea aquí en Suiza y Europa!
Por último y para terminar, te contaré lo siguiente:
Al entrar en un café, encontré por casualidad del destino a una pareja de ancianos. Eran abuelos y estaban acompañados de un niño muy lindo de ojos azules. Al mirarlo lo noté un poco ausente, triste e hiperactivo; saludé respetuosamente a los ancianos y busqué un lugar en el café, una mesa para mi esposa y yo.
Al sentarnos contentos, pedimos dos capuchinos con brandy, poco después volví a la mesa de los ancianos y el niño; ellos eran viejos conocidos del barrio y de mis padres. Era una pareja sin tacha alguna en su pasado de ciudadanos; estaban tristes y el niño feliz comía su helado en la copa; los saludé y me puse a conversar unos minutos con ellos. Llevaba varios días sin verlos, charlamos animadamente de varias cosas y de los nuevos grupos de hombres y mujeres organizándose para parar la violencia armada en el mundo, Latinoamérica y en especial en Colombia, México, Brasil  y la Argentina.
Al ver al tan lindo infante recordé al mío, dirigí la mirada y palabra al niño y le pregunté si había ido a esquiar, me respondió animadamente y me contó alegre todo su viaje con la escuela en los tres días que estuvieron en la montaña practicando este deporte.
Esto me lo narraba mientras comía el delicioso helado; no sé porque  le pregunté qué quería hacer el próximo verano y el niño en silencio se levantó de la mesa, me miró y empezó a saltar en un pie y en el otro, como si estuviera saltando de cuadro en cuadro en un avión imaginario o una rayuela en el pequeño espacio que quedaba entre las mesas y ante la mirada sorprendida de las gentes que lo conocían, tanto como a sus abuelos.
Volví y le pregunté mientras brincaba:
- ¿Qué quieres hacer el próximo verano?,
Dejó de brincar, paró, me miró e ingenuamente se metió muy despacio y sin dudar, las dos manitas en los bolsillos del pantalón buscando algo conocido en ellos; al no encontrar nada, miró a través de la ventana del café, a lo lejos, y se quedó unos segundos así, mirando ensimismado, buscando el Sol lejano.
Así despacio, me miró y detenidamente, observó la gente del café.
De pronto, de sus bolsillos sacó las dos pequeñas manos, las observó, muy lentamente las colocó frente a su pecho y las empezó a juntar por las yemas de sus deditos; yo pensé en mi silencio y por un instante que iba a decir una plegaria.
El niño mirando sus manos como si en ellas ahora guardara y protegiera con ternura infinita un colibrí herido, se quedó otra vez unos largos instantes en esa posición, luego, repentinamente las tiró hacia mí, las abrió con un gesto conmovedor y me soltó unas palabras que salieron con máxima alegría del centro de su corazón:
-¡¡Quiero conocer los chigüiros y la tierra con la banderita tricolor!!.

Yo sin comprender estos gestos simbólicos, conmovido, igual que todos en el café, solo pude agacharme y tomando sus manos entre las mías le dije:
-Yo te ayudaré. El próximo verano, te prometo que conocerás los "chigüiros" y la tierra de la banderita tricolor. Yo te ayudaré.
Cato, me despedí y salí muy triste, tomé a mi esposa de la mano y fuimos a casa. Allí en el café quedó Federico, el niño huérfano de esa pareja suiza que se suicidó hace unas semanas.
En estos días, terminando mi tesis del doctorado en Antropología, me pregunto con preocupación que quiso decir el niño Federico con sus gestos o ¿dónde?, ¿cómo?, ¿cuándo? y ¿de quién? fue que escuchó hablar de los "chigüiros" y dónde queda esa tierra con banderita tricolor que yo le prometí ayudarle a conocer el próximo verano y de la que nunca escuché en mi vida.
Federico es maravilloso.
Cato, todos mis abrazos y toda mi alegría en unión de mi esposa e hijo.

  Continua...
©1996-2016  Carlos Echeverry Ramírez- Colombia

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