En la ciudad de Paraná, y provincia de Entrerios con le rio Paraná al fondo. Abril y mayo del 208
Recordados amigos y estimados lectores hoy y despues de varios meses y de diferentes personas diciendome que suba y de a conocer la parte uno y completa de Crónicas De Barcelona lleno de alegría lo hago y quiero dedicarla a todos aquellos que siempre me acompañan en la distancia y me han ayudado de cualquier manera.
Estas palabras van para la Vana Divina con ese gran hombre el Alfredo, Orlando Capurro de Paraná, señora esposa e hijo, Esa Mujer maravillosa de Mirta Arredondo y familia. Y para todos aquellos que recuerdan las risas compartidas y los momentos lindos por compartir. Para la orquidea de Paraná...
Crónicas de Barcelona (2004)
©Carlos Echeverry Ramírez
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Crónicas de Barcelona (l) Fragmento
Cuando Gorka Echavarría ese día del mes de noviembre bajaba lentamente los veinte escalones contándolos uno a uno para llegar al sótano de la Clínica Santa María no sabía a dónde iba ni qué lo estaba esperando al final.
Nunca había vivido algo parecido en su intensa vida y mucho menos en los tantos lugares de diferentes países del mundo donde había logrado sobrevivir.
Cuando descendía los escalones del sótano del edificio se sintió más solo que nunca en este mundo.Podía escuchar muy bien su respiración y los latidos de su corazón a punto de estallar.
Las indicaciones del hombre pequeñito, que parecía un duende o un hombre de otro mundo, que lo recibió con amplia risa cuando llegó y sus palabras que aún hoy en día caminando por la Plaza Cataluña en Barcelona escucha como un eco: señor... camine al fondo, luego gire a la izquierda y al final del corredor, a la derecha, baje las escaleras que se encuentran allí y luego encontrará una puerta que permanece abierta de día y de noche.
Y Gorka preguntó ingenuamente: ¿por qué la puerta siempre está abierta?
Y el hombre le respondió con tímida sonrisa, sin inmutarse y sin cambio alguno en la expresión de su rostro, y como acostumbrado a esas palabras le dijo: allí está la muerte y siempre nos está esperando.
Gorka callado lo miró incrédulo al escuchar esas palabras, y respondió impávido y aterrado con palabras entrecortadas: gracias señor, gracias.
Se quedó unos segundos pensativo yéndose con la mente al lugar donde vino a este mundo hace 43 años, en un pueblo caluroso en el Valle del Cauca, con un médico que llegó a la casa de su padre a la una de la tarde y se bajó con toda la parsimonia del automóvil Opel, de color verde oliva, un hombre llamado, por cosas del extraño destino, Baltasar de los Ríos, quien golpeó tres veces en la puerta sin prisa alguna.
Este médico calvo usaba anteojos redondos, camisa blanca de manga larga, pantalón kaki, maletín y corbatín negros; entró saludando parco por tartamudes de un susto en la infancia y sacó los instrumentos necesarios, los organizó sobre la improvisada mesa y ayudó a la joven mujer a dar el último empujón final para que Gorka empezara su vida y la misión encomendada en este mundo y llegara con un llanto que aún hoy en día no termina después de 43 años.
Caminaba los largos y silenciosos espacios de la Clínica para llegar a las escaleras que lo llevarían al sótano del edificio donde la puerta siempre estaba abierta y lo esperaba la muerte.
Descendiendo lentamente las escaleras pensaba cómo reaccionaría frente a lo desconocido. Así, poco a poco, contando los escalones en medio de la semioscuridad y del frío que lo invadía llegó al final de la escalera y allí estaba el cadáver de su único amigo y de su gran héroe después de todo lo vivido y conocido en este mundo.
Frente a él estaba su padre, solo en grimas, sin nadie más en este mundo dentro de una bolsa plástica de color azul.
Cuando lo vio le impactó lo pequeño que estaba su cuerpo.
Parecía el cadáver de un niño.
Dudó por un momento que fuera el cuerpo de ese gran hombre que había sido su padre... observó detenidamente todo a su alrededor y vio el cierre metálico de la tula plástica que iba de la cabeza a los pies y sin pensarlo dos veces lo abrió lentamente.
Le miró la expresión de la cara, la posición de las manos sobre el pecho, lo tocó y todavía estaba tibio. Le organizó el cabello con ternura, y sonrió al recordar el último corte punk que le había hecho dos semanas antes y que ahora lo acompañaría en su viaje a la eternidad.
El cabello blanco estaba aún brillante y Gorka miraba en la expresión de su padre una paz serena y profunda igual que el silencio eterno de las majestuosas montañas y los fértiles valles que con él recorrió cuando era niño.
Escuchaba, mientras lo observaba, sin afán alguno los sonidos de las lluvias y los truenos, el ruido de las cañadas y las aguas al caer entre rocas bajando de las montañas, sentía el canto de los pájaros que él le enseñó a distinguir e imitar en las auroras, sintió el olor a tierra mojada; se volvió a quemar en ese instante los pies con el calor de la arena del océano Pacífico cuando él lo llevó a conocer el mar, el canto del nuevo amanecer y de todos los pájaros de sus selvas estaban allí a su lado y ninguna lágrima salió de sus ojos mientras lo abrazaba por última vez.
Se acercó a él y lo abrazó de nuevo como tantas veces y... le dijo casi en secreto como aquellos sonidos al amanecer traídos con la nueva brisa:
Papá, no te preocupes, tus últimas palabras están guardadas en mi memoria, tu ejemplo de hombre intachable será mi mejor compañero, y recordaré en cada segundo de mi vida lo que hace sólo unas horas me decías:
Hijo, de mí dirán todo lo que quieran, podrán hablar lo que quieran, pero nunca podrán decir que fui un hombre corrupto. Que vendí mi conciencia por esos malditos dólares.
Nunca podrán decir que fui un contrabandista de armas, de repuestos, de licor, cigarrillos, que fui un prestamista o agiotista, que fui un avaro, un tahúr y mucho menos podrán decir que fui testaferro de mafiosos o políticos ladrones y corruptos que tanta desgracia todos ellos le han traído a nuestros pueblos.
Hijo mío, cuanto antes vete de este país de ... te lo ruego ahora que mi muerte está muy próxima, no olvides nunca y escríbelo algún día que esto aquí, en este país, toda la vida lo han manejado las putas, los ladrones, los asesinos, los curas maricas, los camanduleros, los criminales, los militares y los políticos corruptos y ladrones de toda la gran puta vida.
Hijo mío, andate muy lejos, a la Madre patria, no vuelvas a esta tierra ingrata de ladrones y asesinos en sus instituciones donde los ancianos como yo que trabajamos toda una vida honradamente para hacer patria, sin olvidar a los niños y las otras mujeres ancianas se mueren de hambre y en la ignominia de todas las instituciones del gobierno y no tenemos ni siquiera el derecho a una vejez digna y mucho menos a una muerte tranquila.
Continua ….
©Carlos Echeverry Ramirez
Colombia
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