©1996-2020-Carlos
Echeverry Ramírez (Colombia)
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Primera edición año 1996
Toronto-Canadá ©CAER+
Catonet Grupo
La Banderita tricolor --
Fragmento de: El último Viaje
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Ginebra, Nov. 18, 1996
Recordado Cato,
Recibimos tu postal. Nos
llenó de risa y alegría, nos trajiste recuerdos maravillosos del
día llamado ya, Fiesta de los Inocentes.
Esperamos que estés bien
de salud, que tu dolor en la espalda, causado por el golpe con el
fusil en la estación del tren, haya desaparecido sin rencor alguno
contra el hombre que lo causó.
Te escribo primero que
todo para desearte una próxima ¡Feliz Navidad! en unión de tu
esposa; también queremos mi esposa y yo que la ilusión de vuestro
primer hijo se haga pronto una realidad.
Nosotros tres estamos
bien, ya terminó mi trabajo en la prisión, pero continúo
trabajando en mi tesis; mi esposa tiene un trabajo de medio tiempo,
ella enseña francés a los pocos exiliados políticos que acepta
este país.
Nuestro hijo, Daniel,
hasta el presente no presenta problemas de ninguna índole en su
desarrollo, esto nos llena de alegría y tranquilidad.
Te escribo porque
considero un deber moral comunicarte los hechos que recientemente
conmocionaron a la sociedad Suiza y que a mí, en lo particular, me
perturbaron. Hace unas semanas solamente, fue encontrado al lado de
un contenedor donde se deposita la basura de los edificios, el
cadáver de un hombre.
Este muerto, como todos
los anteriores cristianos, que van a la vida eterna, era un caso más,
un hecho normal y esperado en la rutina de esta ciudad, hasta el
momento en que entró en el fúnebre anfiteatro municipal. Su cara y
cuerpo, huellas dactilares y palma del pie, mostraron identificación
exacta a la de los archivos municipales. El Doctor Fontanelle,
director del anfiteatro y del equipo médico, que hace las autopsias
dijo en rueda de prensa, el nombre y apellido de este cadáver: Ives
Du bois.
Para la gran sorpresa de
todos, este muerto tenía en su cara, una expresión extremadamente
ingenua que reflejaba una profunda paz. Su rostro y últimos rictus
mortales no decían mayor cosa de sus finales momentos.
Los estudiantes de la
universidad, incluyéndome a mí, para la práctica de la materia
forense de antropología, y antes de practicar la autopsia
correspondiente, veíamos este cuerpo ya dormido en la paz eterna con
una curiosidad creciente al notar que tenía la particularidad de no
parecer muerto, sino un cristiano arrepentido en estado cataléptico.
Después de larga búsqueda, encontramos un espejo pequeño y lo
colocamos milimétricamente sobre sus amplias fosas nasales para
estar seguros de que no respiraba.
Al mismo tiempo y ahora un
poco más tranquilos, los otros galenos presentes y estudiantes en
práctica, después de discutir y especular sobre la apariencia del
acostado allí cubierto con un sudario blanco, llegaran a la gran y
definitiva conclusión, de que este muerto parecía más bien que
estuviera haciendo una larga siesta, aquel dichoso y largo sueño,
que todos ustedes los latinoamericanos hacen en las hamacas por
varias y largas horas en la tarde, después del mediodía.
Lo más interesante de
este suceso que alteró totalmente y en forma dramática la paz de
esta pequeña ciudad de Ginebra fue la frescura de su cuerpo; pudimos
pensar todos los presentes, junto con el inspector J. Genet, que este
cristiano no quería ser molestado o despertado de su siesta eterna.
Estábamos nosotros en la
sala presenciando todo esto como testigos oculares de la autopsia.
Veíamos cómo el bisturí se deslizaba por el pecho y abdomen para
sacar sus vísceras. De esta forma vimos sacar cuidadosamente el
estómago; intrigados los seres en este recinto observamos cómo este
órgano estaba lleno a reventar de un líquido obscuro. Al abrirlo
con el bisturí, para sacar este elemento y hacer un examen químico,
de él salió inmediatamente, el penetrante aroma a "Café de la
Colombie", que envolvió el amplio anfiteatro, oficinas, casa
vecinas y los barrios contiguos, causando con su agradable aroma un
placentero bienestar en sus ciudadanos.
Muy raro. Algo
sorprendente. Yo que por rutina estoy acostumbrado a estas cosas, es
la primera vez que presenciaba este extraño fenómeno. Minutos
después del examen en el laboratorio supimos que este hombre, ahora
cadáver, se había envenenado con el elemento químico para
exterminar las ratas, aquél que venden en cualquier supermercado o
en la tienda más humilde de cualquier rincón de la tierra.
Este cadáver con una
inverosímil cara de inocente fue el hombre bruto y salvaje que en la
estación del tren, en acto irracional, descargó el fusil en tus
espaldas, delante de centenares de personas y niños presenciando
este penoso e inaceptable hecho.
Las autoridades y sus
gentes tomaron esta muerte como un suicidio. La ciudad entró en
conmoción al conocer este episodio dramático y volvieron los
rumores sobre lo que pasó en la estación y el tribunal.
Al entierro, fuera de su
esposa y su pequeño hijo de siete años, sólo asistieron sus padres
y por fuerza mayor algunos funcionarios del gobierno. Las gentes
conmovidas y asustadas, poco a poco volvieron a sus rutinas
habituales, la nieve se aproximaba, lo mismo el esperado Papá Noél.
No había pasado mucho
tiempo cuando, otra vez, en el apartamento de un edificio y ante un
miedo total y sorpresivo en las gentes por esta visita simbólica de
la muerte en nuestra apacible ciudad, las autoridades encontraron el
cadáver de una mujer.
Cato, esto nos parecía
imposible de aceptar. ¿Qué destino fatal venía a nosotros?
Ese día, las mujeres de
Suiza, las mujeres europeas y norteamericanas utilizando los medios
del Internet para comunicarse tomaron esta nueva muerte como un
símbolo, como un hecho de protesta contra la violencia que existe en
el mundo en todas sus formas, a través de la historia y en lo que
finalmente se convirtió el hombre moderno, aquél que sólo vive con
el único objetivo en su vida de conseguir el dinero, no importándole
que tipo de acción o trabajo mezquino ejecute para lograrlo.
Cato, excusa mi carta,
pero debo escribirte y contarte todo. Es muy importante que conozcas
la verdad. ¡Sólo la verdad!
Esta mujer de Ginebra que
murió y mujer habitante de todo el Universo; cansada de parir la
vida, de sentir sus cambios fisiológicos, de alimentarla durante
nueve meses para luego ver, a través del tiempo que ese ser que ella
creó con tanto amor, amor único, amor imposible de conocer por el
hombre, al pasar los años y en condiciones a veces infrahumanas de
subsistencia, alimentando con su teta, con su cuerpo, con su vida,
para ver casi siempre al final de su muerte y del segundo milenio,
que el ser que creó y que cargó dentro de su cuerpo es hoy un
monstruo, un verdadero... ASESINO,
ASESINO, ASESINO, ASESINO,
ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO,ASESINO
Dicen que eran las últimas
palabras de la mujer que se suicidó, cuando perdida y con su dolor
a cuestas caminaba en las noches obscuras llevando de la mano
desconsolada a su pequeño hijo por las calles de Ginebra.
Esa mujer era la esposa
del hombre que te golpeó con un fusil en la estación del tren
cuando arrodillado con tus manos en alto pedías clemencia.
ASESINO, ASESINO, ASESINO,
ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO.
Eran sus últimas
palabras, fue todo lo que los habitantes de Ginebra y sus vecinos la
escuchaban decir cuando en llanto y la sola compañía de su hijo
único, tomó la determinación de envenenarse igual que su esposo.
ASESINO, ASESINO, ASESINO,
ASESINO, ASESINO.
Que mata sin piedad a sus
congéneres, con crueldad no conocida en fiera alguna; que los
asesina lentamente y con premeditación, diseñando en reuniones
secretas donde sólo entran los hombres, algunas veces con uniformes
y otras en trajes de civil sistemas económicos que no permiten a los
otros hombres y mujeres desarrollarse integralmente como seres
humanos, siendo condenados a vivir perpetuamente en una cruel
esclavitud salvaje, sin jamás poder aspirar a llevar una vida digna
de un verdadero ser.
ASESINO, ASESINO, ASESINO,
ASESINO, ASESINO, ASESINO, ASESINO...
Eran sus últimas palabras
cuando caminaba llorando, perdida con su pequeño niño; ASESINO que
sin compasión alguna mata rápidamente a los otros hombres, mujeres
y niños por medios de las asesinas bombas, como en Hiroshima y
Nagasaki y, hoy en día, con sus productos químicos y experimentales
de virus, bacterias y microbios en las guerras ya conocidas por
nosotros en Vietnam, Iraq, Irán, África y Latinoamérica..
Ser cansado, mujer
extenuada consciente del paso del tiempo en su cuerpo, con sus horas,
días, meses y últimos segundos para crear la vida; mujer extenuada
que mira con angustia y sin voz, y ve llegar el final del siglo y el
milenio, con sus hijos convertidos en bestias irracionales y en el
ser más cruel y asesino que se tenga conocimiento en la historia de
la humanidad y el Universo. Historia escrita y narrada con orgullo y
alegría en muchos países del norte.
Cato, espero y quiero que
entiendas y analices punto por punto mi carta, sé que es un poco
dura. Tengo, hoy en día, que aceptar y reconocer que tenías toda la
razón cuando en nuestros diálogos en la celda, cuando estuviste
preso en Ginebra, hablaste tú de la necesidad urgente y radical de
que la mujer tome, ya y desesperadamente, más control directo sobre
los elementos químicos como el Uranio y Plutonio; con que se
construyen las bombas atómicas y con los cuales el hombre bruto, en
la dirección que va, terminará por completo todo vestigio de vida
en el triste planeta llamado Tierra.
Es hora que tú, yo,
nosotros, pensemos y analicemos la muerte de esta mujer suiza que ha
levantado y formado una toma de consciencia en el mundo.
Ella lo dijo, lo expresó
con su muerte: El hombre bruto va a destruir completamente la vida y
el Universo,
¡Es ahora!, te repito sin
pena alguna y te lo digo con todo mi cariño, respeto y admiración.
Sin perder un instante. ¡Hagámoslo!
Cato: tú, yo, nosotros,
¡todos! Seamos conscientes de que se necesita un cambio radical, que
la mujer tiene y debe tomar más control de todos los elementos que
el hombre bestia sólo utiliza para destruir y acabar con la vida de
otros hombres, mujeres, niños y pueblos inocentes, con la única y
atroz razón de acumular más dinero y oro. ¡Qué avaricia! ¡Dios
Mío!, es algo incomprensible, imposible de aceptar al fin del
milenio.
Tú bien sabes y
comprendes lo anterior mejor que yo. Tú me abriste los ojos cuando
estabas en la cárcel de mi país; me abriste el camino para pensar
estas cosas.
No olvidaré jamás tu
idealismo, tus sueños y tus ideas; pienso a veces que fui afortunado
de conocer un hombre como tú. No sabía, quizás por falta de
información, que en América Latina hubiera hombres que están más
avanzados que nosotros ideológica y moralmente. ¡Con todo el
progreso y con todo el dinero que nos rodea aquí en Suiza y Europa!
Por último y para
terminar, te contaré lo siguiente:
Al entrar en un café,
encontré por casualidad del destino a una pareja de ancianos. Eran
abuelos y estaban acompañados de un niño muy lindo de ojos azules.
Al mirarlo lo noté un poco ausente, triste e hiperactivo; saludé
respetuosamente a los ancianos y busqué un lugar en el café, una
mesa para mi esposa y yo.
Al sentarnos contentos,
pedimos dos capuchinos con brandy, poco después volví a la mesa de
los ancianos y el niño; ellos eran viejos conocidos del barrio y de
mis padres. Era una pareja sin tacha alguna en su pasado de
ciudadanos; estaban tristes y el niño feliz comía su helado en la
copa; los saludé y me puse a conversar unos minutos con ellos.
Llevaba varios días sin verlos, charlamos animadamente de varias
cosas y de los nuevos grupos de hombres y mujeres organizándose para
parar la violencia armada en el mundo, Latinoamérica y en especial
en Colombia, México, Brasil y la Argentina.
Al ver al tan lindo
infante recordé al mío, dirigí la mirada y palabra al niño y le
pregunté si había ido a esquiar, me respondió animadamente y me
contó alegre todo su viaje con la escuela en los tres días que
estuvieron en la montaña practicando este deporte.
Esto me lo narraba
mientras comía el delicioso helado; no sé porque le pregunté qué
quería hacer el próximo verano y el niño en silencio se levantó
de la mesa, me miró y empezó a saltar en un pie y en el otro, como
si estuviera saltando de cuadro en cuadro un avión imaginario o una
rayuela en el pequeño espacio que quedaba entre las mesas y ante la
mirada sorprendida de las gentes que lo conocían, tanto como a sus
abuelos.
Volví y le pregunté
mientras brincaba:
- ¿Qué quieres hacer el
próximo verano?,
Dejó de brincar, paró,
me miró e ingenuamente se metió muy despacio y sin dudar, las dos
manitas en los bolsillos del pantalón buscando algo conocido en
ellos; al no encontrar nada, miró a través de la ventana del café,
a lo lejos, y se quedó unos segundos así, mirando ensimismado,
buscando el Sol lejano.
Así despacio, me miró y
detenidamente, observó la gente del café.
De pronto, de sus
bolsillos sacó las dos pequeñas manos, las observó, muy lentamente
las colocó frente a su pecho y las empezó a juntar por las yemas de
sus deditos; yo pensé en mi silencio y por un instante que iba a
decir una plegaria.
El niño mirando sus manos
como si en ellas ahora guardara y protegiera con ternura infinita un
colibrí herido, se quedó otra vez unos largos instantes en esa
posición, luego, repentinamente las tiró hacia mí, las abrió con
un gesto conmovedor y me soltó unas palabras que salieron con máxima
alegría del centro de su corazón:
-¡¡Quiero conocer los
chigüiros y la tierra con la banderita tricolor!!.
Yo sin comprender estos
gestos simbólicos, conmovido, igual que todos en el café, solo pude
agacharme y tomando sus manos entre las mías le dije:
-Yo te ayudaré. El
próximo verano, te prometo que conocerás los "chigüiros"
y la tierra de la banderita tricolor. Yo te ayudaré.
Cato, me despedí y salí
muy triste, tomé a mi esposa de la mano y fuimos a casa. Allí en el
café quedó Federico, el niño huérfano de esa pareja suiza que se
suicidó hace unas semanas.
En estos días, terminando
mi tesis del doctorado en Antropología, me pregunto con preocupación
que quiso decir el niño Federico con sus gestos o ¿dónde?, ¿cómo?,
¿cuándo? y ¿de quién? fue que escuchó hablar de los "chigüiros"
y dónde queda esa tierra con banderita tricolor que yo le prometí
ayudarle a conocer el próximo verano y de la que nunca escuché en
mi vida.
Federico es maravilloso.
Cato, todos mis abrazos y
toda mi alegría en unión de mi esposa e hijo.
Continua...
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